sábado, 26 de septiembre de 2015

ECOLOGÍA IV. Diversas posiciones en Ética Ecológica


El debate sobre la relación entre el hombre y la naturaleza ha generado la presencia de diversas posiciones en ética ecológica o ambiental; entre estas están: el antropocentrismo, el zoocentrismo, el biocentrismo, el egocentrismo o gaicentrismo.
El antropocentrismo es la tendencia en la que el hombre siente su superioridad ante los demás seres vivos, por su inteligencia, voluntad y capacidad de amar libremente, y por el dominio que tiene sobre la naturaleza, que es mayor al que poseen los animales, pues estos están reducidos a las leyes de sus instintos y emociones más o menos desarrollados.
Por tanto, el antropocentrismo es aquella corriente en la que el hombre siente su superioridad ante los demás seres vivos, por su inteligencia, voluntad y capacidad de amar libremente, y por el dominio que tiene sobre la naturaleza.
Las concepciones antropocéntricas consideran, en definitiva, que el hombre es la sede de valor, lo que no significa que todo lo demás solo tenga valor simplemente instrumental. Con todo, el ser humano es el único capaz de actuar y definir la alteridad.
El zoocentrismo considera como sede del valor a los animales.
El biocentrismo establece que la sede del valor son los seres vivos, por ser portadores de cualidades valiosas.
El egocentrismo, ecocentrismo, el naturismo o gaicentrismo, plantea que la sede del valor son los ecosistemas, o la biosfera como “sistema de ecosistemas”; los individuos no son moralmente relevantes, lo son totalidades, como clases sociales, comunidades étnicas, ecosistemas o la misma biosfera. Luego, ésta última niega que la especie humana sea un elemento fundamental y determinante de Gaia, imposibilitando así la construcción de un sistema ético, porque elimina al hombre como sujeto moral y da a Gaia la opción de autorrealizarse. La teoría Gaia considera al hombre como una gente que amenaza la armonía de la naturaleza con su comportamiento, por lo cual debe controlarse el número de individuos de esta especie, que solo es una especie más del ecosistema. Por tanto, el ecocentrismo considera que la tierra es un valor supremo, y superior a cada una de sus partes. La ética de la tierra, no obstante, reconoce en la naturaleza valores no estrictamente económicos, cuya preservación es más importante que los valores económicos. Sostiene, en definitiva, que la ecología debe tener consideraciones más amplias, por lo que proponen una ética ecológica que supere la visión biocéntrica, al cambiar la valoración de cada especie y considerar como sede de valor los ecosistemas o la biosfera, entendida como entidad con derechos propios o sistema de ecosistemas, y no como grupo de individuos.
En mi opinión, los argumentos que fundamentan la ética de las propuestas egocéntricas, zoocéntricas, biocéntricas y el antropocéntricas son problemáticas e insuficientes, porque sólo la consideración del ser humano como sujeto moral hace posible un sistema ético, esto tiene que llevar a la consideración del hombre no como una gente que amenaza la armonía de la naturaleza. Luego, la sede del valor está en el hombre y no en la tierra. Argumentar que el ser humano debe ser reducido a una especie más del ecosistema por sus actos inconsecuentes ante la biosfera, es negar su dimensión espiritual, demostrada racionalmente desde la antropología filosófica. Si el hombre ha considerado que satisfacer sus necesidades y expectativas de crecimiento de forma ilimitada era su felicidad, y hoy es evidente que debe replantear su forma de actuar de acuerdo con su fin, no es una especie más del ecosistema, porque entiende que su comportamiento pone en riesgo su propia armonía, la de las generaciones futuras y la del medio ambiente, por lo que busca alternativas para mantener el equilibrio y garantizar su supervivencia.
Es necesaria, por tanto, una mayor fundamentación antropológica ética y bioética de la ecología ambiental y de la economía.

Otras corrientes son, la ética de la tierra y la ecosofía, la ecofilosofía o ecología profunda o “deep ecology”. Ésta última puede agruparse en ecofilosofías humanistas, tecnocráticas y biologistas.
Según la ecología profunda o “deep ecology” es necesario ecologizar la economía. Hay en este sentido una cierta solidaridad diacrónica con las nuevas generaciones, descendientes naturalmente sólo de los más aptos. Los intentos de los defensores de la ecología profunda con características humanistas, de dar razones para cambiar el comportamiento humano con la naturaleza, se evidencian en las ideas del trascendentalismo americano.
En definitiva, los motivos que comúnmente se han expuesto para valorar la existencia de la naturaleza son los derechos que tienen los seres no humanos, concepción identificable en las ideologías biologistas, zoo y biocéntricas, como el ecocentrismo o gaicentrismo y de las que yo no estoy de acuerdo.
Con todo, me parece que cada una de las ecofilosofías, es decir, la “deep ecology”, el desarrollo sostenible, la ecología política, el ecofeminismo y la justicia ambiental intentan articular un nuevo paradigma que sea capaz de superar los aspectos más deficientes de la Modernidad, que condujeron a la crisis ecológica, es decir, la ingenuidad del pensamiento moderno condujo al desastre ecológico, sin embargo me parece que la solución al problema no tiene por qué consistir en pensar exactamente lo contrario, esto es, condenar al ser humano de forma inapelable y absoluta. El error de las ecofilosofías se encuentra, en mi opinión, en que la respuesta que dan al problema ecológico no es más que el negativo de la actitud voluntarista que lo había suscitado. Así las cosas, la respuesta razonable no consiste en decir lo contrario sin más sino en replantearse el lugar del ser humano en la naturaleza, después de constatar el carácter limitado del mundo natural y la falsedad de las posibilidades ilimitadas de la voluntad humana sobre un mundo limitado.
Como positivo, estas corrientes han destacado el valor espiritual de la naturaleza y la necesidad que tiene el hombre de mantener una relación próxima con la tierra. Como negativo, sin embargo, estas corrientes han sacralizado la naturaleza y la defensa del biorregionalismo, que conducen a la relativización de la idea de ser humano y de su dignidad a los límites de una frontera espacial o cultural.
En el fondo, el problema de estas corrientes es la desigualdad generada por el sistema de acumulación y explotación capitalistas. La solución radicaría en modificar los hábitos consumistas en el Norte, redistribuir los recursos naturales, técnicos y financieros, y fomentar el desarrollo autosuficiente y no dependiente de los países del Sur. No obstante, falta de traducir al plano político, jurídico y educativo este pensamiento.
Desde el punto de vista ético, cabe preguntarse cuál es la base ética, o sede de valor distintiva, de los planteamientos expuestos en la ecología profunda propuesta para regular la relación hombre-medio ambiente.
No obstante, estoy de acuerdo con las ecofilosofías humanistas en la centralidad del ser humano, lo cual no implica necesariamente, y esto en contra de las ecofilosofías humanistas, la reducción de todo lo demás a puro instrumento. Considero que el hombre es la sede de valor, pero eso no significa que todo lo demás solo tenga valor simplemente instrumental. En el fondo, creo que estas corrientes han tenido en la relación entre el ser humano y la naturaleza una actitud utilitarista excesiva, que han llevado a un uso incorrecto de la voluntad y libertad humana, arraigando la creencia de que todas las decisiones son buenas o justificables, entonces ¿por qué plantear soluciones a partir de la eliminación del hombre como sujeto moral, en vez de plantear un cambio de actitud para el mejor aprovechamiento de sus capacidades morales? Por eso, desde este punto de vista, cambiar al hombre como sujeto moral carece de sentido; el hombre es el único ser conocido capaz de valorar, y su superioridad intelectual sobre las demás especies no puede ser negada por la toma de decisiones incorrectas con relación al ambiente. Por otro lado, cabe preguntarse cómo construyen un sistema ético los seres no humanos. En este sentido, es mejor reconsiderar un cambio en los lineamientos que guían los actos del hombre, teniendo en cuenta sus características y aspiraciones, y las limitaciones del mundo natural, que fundamentar y estructurar una ética para los seres no humanos.
Luego, estructurar un sistema ético que no tiene como sujeto moral al hombre carece de sentido, porque fuera de él no se conoce otro ser capaz de hacer juicios de valor; por lo tanto, no hay quien reconozca los valores ecológicos propuestos por la corriente biologista de la ecología profunda. La igualdad biológica no garantiza una relación óptima entre el hombre y su naturaleza; sólo el hombre puede establecer límites y realizar actos conscientes con los que respete el medio ambiente, que garanticen el desarrollo y permanencia en el tiempo de todos los seres vivos, porque su razón así se lo indica y no solo porque le son útiles; en otras palabras, solo las personas pueden determinar un sistema ético o un cambio de sistema por su capacidad racional, que guía su forma de actuar; es decir, que este enfoque reduce al hombre a su biología, negando también su posibilidad de perfeccionar la naturaleza.
La humanidad debe tener conciencia de que puede modificar la realidad de la naturaleza sin destruirla, de tal forma que exista armonía entre preservación y cuidado medioambiental con progreso y bienestar.
 
La Bioética, por su parte, debe ser una disciplina útil para la humanidad y su medio ambiente, con una visión amplia e integral, que permita combinar diversos enfoques y afrontar los problemas actuales de la humanidad, por lo que la transdisciplinariedad es fundamental para establecer un modelo de desarrollo humano, caracterizado por la coherencia técnica, por coincidir con el verdadero sentido y razón de ser de la mayor exigencia científica y ética, en la satisfacción de las necesidades de la sociedad. Para eso es necesaria una mayor fundamentación antropológica ética y bioética de la ecología ambiental y de la economía, en cuantos factores determinantes de gestión del ser humano y del medio ambiente.
 
En mi opinión, de las distintas posiciones en ética ecológica, el mejor modelo es el ecologismo personalista porque ve al hombre dentro de la naturaleza, dependiendo del resto de seres, pero al mismo tiempo dotado de una propia excelencia. Excelente, pero dentro de la naturaleza. Considera que la naturaleza está al servicio del hombre, dado que el hombre es el único ser capaz de proyectar, de decir no, de conocer su finitud y su muerte, y de pensar, el único ser dotado de intencionalidad. El ser humano es también naturaleza, y por tanto, cuando destruye la naturaleza, se está destruyendo a sí mismo. De ahí que, por consiguiente, la función fundamental de la ética ambiental radique en que el ser humano cobre conciencia de que debe proteger a la naturaleza para protegerse a sí mismo respecto de sí mismo. El ser humano deberá protegerse de sí mismo, fijar límites a sus propias quimeras, dejar de creerse propietario del mundo y de la especie, admitir que no tiene más que su usufructo.
 
Resumiendo, para el ecologismo personalista la protección de la naturaleza resulta inseparable de la protección de los individuos peor situados de la especie humana. Por todo ello es necesario modificar la economía de acuerdo con la idea de la solidaridad diacrónica, el desarrollo sostenible, y la política, de acuerdo con la noción de la solidaridad sincrónica planetaria, afirmando la principal responsabilidad de los países del Norte. Luego, el ecologismo personalista defiende la prioridad de la persona y, junto a ello, una administración sostenible que defienda la diversidad biológica y cultural.
La dificultad de plasmar las exigencias prácticas de este ecologismo personalista radica en la necesidad de superación del espíritu de las dos instituciones básicas de la Modernidad, el racionalismo del Estado y el consumismo del mercado.
 

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