El debate sobre la
relación entre el hombre y la naturaleza ha generado la presencia de diversas
posiciones en ética ecológica o ambiental; entre estas están: el antropocentrismo, el zoocentrismo, el
biocentrismo, el egocentrismo
o gaicentrismo.
El antropocentrismo
es la tendencia en la que el hombre siente su superioridad ante los
demás seres vivos, por su inteligencia, voluntad y capacidad de amar
libremente, y por el dominio que tiene sobre la naturaleza, que es mayor al que
poseen los animales, pues estos están reducidos a las leyes de sus instintos y
emociones más o menos desarrollados.
Por tanto, el antropocentrismo es aquella corriente en la que el hombre siente su superioridad ante los demás seres vivos, por su inteligencia, voluntad y capacidad de amar libremente, y por el dominio que tiene sobre la naturaleza.
Las concepciones antropocéntricas consideran, en definitiva, que el hombre es la sede de valor, lo que no significa que todo lo demás solo tenga valor simplemente instrumental. Con todo, el ser humano es el único capaz de actuar y definir la alteridad.
El zoocentrismo
considera como sede del valor a los animales.
El biocentrismo establece que la sede del valor son los seres vivos,
por ser portadores de cualidades valiosas.
El egocentrismo, ecocentrismo, el naturismo o gaicentrismo, plantea que la sede del
valor son los ecosistemas, o la biosfera como “sistema de ecosistemas”; los
individuos no son moralmente relevantes, lo son totalidades, como clases
sociales, comunidades étnicas, ecosistemas o la misma biosfera. Luego, ésta última niega que la especie humana sea un elemento
fundamental y determinante de Gaia, imposibilitando así la construcción de un
sistema ético, porque elimina al hombre como sujeto moral y da a Gaia la opción
de autorrealizarse. La teoría Gaia considera al hombre como una gente que
amenaza la armonía de la naturaleza con su comportamiento, por lo cual debe
controlarse el número de individuos de esta especie, que solo es una especie
más del ecosistema. Por tanto, el ecocentrismo
considera que la tierra es un valor supremo, y superior a cada una de sus partes.
La ética de la tierra, no obstante, reconoce en la naturaleza valores no
estrictamente económicos, cuya preservación es más importante que los valores
económicos. Sostiene, en definitiva, que la ecología debe tener consideraciones
más amplias, por lo que proponen una ética ecológica que supere la visión
biocéntrica, al cambiar la valoración de cada especie y considerar como sede de
valor los ecosistemas o la biosfera, entendida como entidad con derechos
propios o sistema de ecosistemas, y no como grupo de individuos.
En mi opinión, los argumentos que fundamentan la
ética de las propuestas egocéntricas, zoocéntricas, biocéntricas y el antropocéntricas son problemáticas e insuficientes, porque sólo
la consideración del ser humano como sujeto moral hace posible un sistema
ético, esto tiene que llevar a la consideración del hombre no como una gente
que amenaza la armonía de la naturaleza. Luego, la sede del valor está en el
hombre y no en la tierra. Argumentar que el ser humano debe ser reducido a una especie más del ecosistema por sus actos inconsecuentes ante la biosfera, es negar su dimensión espiritual, demostrada racionalmente desde la antropología filosófica. Si el hombre ha considerado que satisfacer sus necesidades y expectativas de crecimiento de forma ilimitada era su felicidad, y hoy es evidente que debe replantear su forma de actuar de acuerdo con su fin, no es una especie más del ecosistema, porque entiende que su comportamiento pone en riesgo su propia armonía, la de las generaciones futuras y la del medio ambiente, por lo que busca alternativas para mantener el equilibrio y garantizar su supervivencia.
Es necesaria, por tanto, una mayor fundamentación antropológica ética y bioética de la ecología ambiental y de la economía.
Otras corrientes son, la ética de la tierra y la
ecosofía, la ecofilosofía o ecología profunda o “deep ecology”. Ésta última
puede agruparse en ecofilosofías humanistas, tecnocráticas y biologistas.
Según la ecología profunda o “deep ecology” es necesario ecologizar la
economía. Hay en este sentido una cierta solidaridad diacrónica con las nuevas
generaciones, descendientes naturalmente sólo de los más aptos. Los intentos de
los defensores de la ecología profunda con características humanistas, de dar
razones para cambiar el comportamiento humano con la naturaleza, se evidencian
en las ideas del trascendentalismo americano.
En definitiva, los motivos que comúnmente se han
expuesto para valorar la existencia de la naturaleza son los derechos que
tienen los seres no humanos, concepción identificable en las ideologías
biologistas, zoo y biocéntricas, como el ecocentrismo o gaicentrismo y de las
que yo no estoy de acuerdo.
Con todo, me parece que cada una de las ecofilosofías, es decir, la “deep ecology”, el
desarrollo sostenible, la ecología política, el ecofeminismo y la justicia
ambiental intentan articular un nuevo paradigma que sea capaz de superar los
aspectos más deficientes de la
Modernidad , que condujeron a la crisis ecológica, es decir, la
ingenuidad del pensamiento moderno condujo al desastre ecológico, sin embargo
me parece que la solución al problema no tiene por qué consistir en pensar exactamente
lo contrario, esto es, condenar al ser humano de forma inapelable y absoluta.
El error de las ecofilosofías se encuentra, en mi opinión, en que la respuesta
que dan al problema ecológico no es más que el negativo de la actitud
voluntarista que lo había suscitado. Así las cosas, la respuesta razonable no
consiste en decir lo contrario sin más sino en replantearse el lugar del ser
humano en la naturaleza, después de constatar el carácter limitado del mundo
natural y la falsedad de las posibilidades ilimitadas de la voluntad humana
sobre un mundo limitado.
Como positivo,
estas corrientes han destacado el valor espiritual de la naturaleza y la
necesidad que tiene el hombre de mantener una relación próxima con la tierra. Como
negativo, sin embargo, estas corrientes han sacralizado la naturaleza y la
defensa del biorregionalismo, que conducen a la relativización de la idea de
ser humano y de su dignidad a los límites de una frontera espacial o cultural.
En el fondo, el problema de estas corrientes es la
desigualdad generada por el sistema de acumulación y explotación capitalistas. La
solución radicaría en modificar los hábitos consumistas en el Norte,
redistribuir los recursos naturales, técnicos y financieros, y fomentar el
desarrollo autosuficiente y no dependiente de los países del Sur. No obstante,
falta de traducir al plano político, jurídico y educativo este pensamiento.
Desde el
punto de vista ético, cabe preguntarse cuál es la base ética, o sede de valor
distintiva, de los planteamientos expuestos en la ecología profunda propuesta
para regular la relación hombre-medio
ambiente.
No obstante, estoy de acuerdo con las
ecofilosofías humanistas en la centralidad del ser humano, lo cual no implica necesariamente,
y esto en contra de las ecofilosofías
humanistas, la reducción de todo lo demás a puro instrumento. Considero que el
hombre es la sede de valor, pero eso no significa que todo lo demás solo tenga valor
simplemente instrumental. En el fondo, creo que estas corrientes han tenido en
la relación entre el ser humano y la naturaleza una actitud utilitarista
excesiva, que han llevado a un uso incorrecto de la voluntad y libertad humana,
arraigando la creencia de que todas las decisiones son buenas o justificables, entonces
¿por qué plantear soluciones a partir de la eliminación del hombre como sujeto
moral, en vez de plantear un cambio de actitud para el mejor aprovechamiento de
sus capacidades morales? Por eso, desde este punto de vista, cambiar al hombre
como sujeto moral carece de sentido; el hombre es el único ser conocido capaz
de valorar, y su superioridad intelectual sobre las demás especies no puede ser
negada por la toma de decisiones incorrectas con relación al ambiente. Por otro
lado, cabe preguntarse cómo construyen un sistema ético los seres no humanos.
En este sentido, es mejor reconsiderar un cambio en los lineamientos que guían
los actos del hombre, teniendo en cuenta sus características y aspiraciones, y
las limitaciones del mundo natural, que fundamentar y estructurar una ética
para los seres no humanos.
Luego, estructurar un sistema ético que no tiene como
sujeto moral al hombre carece de sentido, porque fuera de él no se conoce otro
ser capaz de hacer juicios de valor; por lo tanto, no hay quien reconozca los
valores ecológicos propuestos por la corriente biologista de la ecología
profunda. La igualdad biológica no garantiza una relación óptima entre el
hombre y su naturaleza; sólo el hombre puede establecer límites y realizar
actos conscientes con los que respete el medio ambiente, que garanticen el desarrollo
y permanencia en el tiempo de todos los seres vivos, porque su razón así se lo
indica y no solo porque le son útiles; en otras palabras, solo las personas pueden
determinar un sistema ético o un cambio de sistema por su capacidad racional,
que guía su forma de actuar; es decir, que este enfoque reduce al hombre a su
biología, negando también su posibilidad de perfeccionar la naturaleza.
La humanidad debe tener conciencia de que puede
modificar la realidad de la naturaleza sin destruirla, de tal forma que exista
armonía entre preservación y cuidado medioambiental con progreso y bienestar.
En mi opinión, de las distintas posiciones en ética ecológica, el mejor modelo es el
ecologismo personalista porque ve al hombre dentro de la naturaleza,
dependiendo del resto de seres, pero al mismo tiempo dotado de una propia
excelencia. Excelente, pero dentro de la naturaleza. Considera que la
naturaleza está al servicio del hombre, dado que el hombre es el único ser
capaz de proyectar, de decir no, de conocer su finitud y su muerte, y de
pensar, el único ser dotado de intencionalidad. El ser humano es también naturaleza, y por tanto,
cuando destruye la naturaleza, se está destruyendo a sí mismo. De ahí que, por
consiguiente, la función fundamental de la ética ambiental radique en que el ser
humano cobre conciencia de que debe proteger a la naturaleza para protegerse a
sí mismo respecto de sí mismo. El ser humano deberá protegerse de sí mismo,
fijar límites a sus propias quimeras, dejar de creerse propietario del mundo y
de la especie, admitir que no tiene más que su usufructo.
Resumiendo, para el ecologismo personalista la
protección de la naturaleza resulta inseparable de la protección de los
individuos peor situados de la especie humana. Por todo ello es necesario
modificar la economía de acuerdo con la idea de la solidaridad diacrónica, el
desarrollo sostenible, y la política, de acuerdo con la noción de la
solidaridad sincrónica planetaria, afirmando la principal responsabilidad de
los países del Norte. Luego, el ecologismo personalista defiende la prioridad
de la persona y, junto a ello, una administración sostenible que defienda la
diversidad biológica y cultural.
La dificultad de plasmar las exigencias prácticas de
este ecologismo personalista radica en la necesidad de superación del espíritu
de las dos instituciones básicas de la Modernidad , el racionalismo del Estado y el
consumismo del mercado.
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