Las tecnologías de la
biomedicina aplicadas a la vida humana prenatal no sólo tienen inconvenientes de
carácter técnico y científico, sino también ético.
Hay que subrayar que la
reflexión ética está insertada en la ciencia. Tanto es así que toda
investigación, como actividad humana, es realizada por personas dotadas de
valores sociales y morales relacionados con la comprensión del ser humano y de
la propia ciencia que configuran de manera decisiva (como presupuestos) el
conjunto de actividades que se denominan comúnmente investigación.
Por tanto, la perspectiva de
la ética de la investigación en biomedicina y sus aplicaciones comienza en la
conciencia del propio investigador. De él depende, en gran parte, aunar la
búsqueda de nuevos conocimientos y el cumplimiento de los requisitos éticos propios
de la investigación científica. Estos requisitos no son impedimentos en la
labor investigadora, sino el cauce necesario para el discurrir de su tarea.
Luego, el juicio ético no es
extrínseco a la ciencia y a la técnica, al contrario, es intrínseco a las
mismas en cuanto actividades humanas. La ciencia, como actividad humana que
busca la adquisición de nuevos conocimientos y que tiene al ser humano como
sujeto y destinatario de sí misma, es buena. Por eso, el juicio moral negativo
no recae en la ciencia en sí misma, sino en el uso y aplicaciones que el ser
humano, individual o colectivamente, hace de ella.
En este asunto, hay que
preguntarse: ¿todo lo técnicamente posible es moralmente aceptable? El
imperativo del mal llamado progreso ¿está por encima de cuestiones de tipo ético?,
¿puede hablarse de progreso sin un referente ético? Son preguntas directamente
conectadas con la ética de la propia investigación biomédica.
Ciertamente, los avances en
las ciencias que se ocupan de la vida del ser humano originan problemas éticos
a los que se intenta dar una solución “técnica”, ya sea científica o jurídica,
pero no ética. En efecto, muchos de los avances en biotecnología se justifican,
en la actualidad, en aras de un “progreso científico y tecnológico” al margen
de toda ética.
Este “progreso científico” y algunas
de sus aplicaciones tecnológicas resultan discutibles, pues constituyen una
clara amenaza para la vida del ser humano, en la que ésta se convierte en una
pieza más del proceso productivo-técnico. Las preguntas en este asunto son: ¿a
qué se llama progreso científico?, esta clase de progreso ¿hace progresar al
ser humano en humanidad?
Solo es posible una ciencia humana
si se maneja un concepto de progreso científico y técnico como servicio a la
búsqueda de la verdad y al ser humano. Esto es lo propio del científico y de su
actividad. En última instancia, una investigación biomédica plenamente humana
es aquélla que persigue su bien integral y dignidad, esto es, que busca la
verdad al servicio del ser humano.
En pocas palabras, en el
ámbito de la investigación y aplicación terapéutica en medicina regenerativa,
el aumento del conocimiento no puede realizarse a costa del ser humano, sino al
servicio del mismo. Sólo así la investigación es una actividad humana repleta
de sentido, pues el ser humano no está al servicio de la ciencia, sino al revés.
Un progreso científico, así
concebido, tendrá límites, no en el sentido de freno o retroceso, sino los
límites necesarios que sirvan de cauce a la libertad humana y posibiliten la
mejora del ser humano y de la humanidad. Por eso, quien se opone a un “progreso”
a cualquier precio no es su enemigo.
La idea reduccionista de
progreso y de ciencia, por la que la ciencia experimental se convierte en
paradigma exclusivo de conocimiento válido y criterio inmediato de acción, no
deja lugar para la ética. La ciencia experimental se daría así la medida de su
propio límite: el técnico. De este modo, la ética no es ya límite para la
ciencia, sino que “ésta” se otorga el papel de juez de la ética. Los papeles
del ser humano y la técnica se invierten: el ser humano, sujeto y dueño de sus
actos y producciones, pasa a ser un objeto más sometido al poder dominador de
la técnica.
En este sentido, no puede
obviarse que la técnica de obtención de células embrionarias supone la muerte
de embriones humanos. Luego, la ética de la investigación en biomedicina y sus
aplicaciones también se pregunta por el contenido de la investigación.
Tal investigación con
embriones humanos no puede arrogarse una pretensión ética, pues no se persigue
un fin terapéutico para el embrión humano en cuestión, sino que corre en
detrimento suyo. Como tampoco dicha investigación puede escudarse en aras de
logros hipotéticamente terapéuticos en bien de una “humanidad” ficticia, pues
una investigación no lo es a priori, sino en la medida en que está demostrada
su eficacia.
Las investigaciones con fines
exclusivamente terapéuticos serán aquellas intervenciones concernientes al
embrión humano en las que se respeten su vida e integridad, que tengan como fin
su curación, mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual y
que no se le exponga a riesgos desproporcionados.
El respeto por la vida del
embrión humano se convierte así en límite intrínseco a la propia investigación,
pues cada uno de los individuos humanos son fines en sí mismos, nunca medios
con objeto de procurar la salud a otros. El embrión humano no tiene “valor de
uso”, sino que es un ser humano con “valor de fin”, con dignidad. Sólo así el
respeto incondicional por la vida del embrión humano se convierte en límite
ético de la propia investigación biomédica.
Por el contrario, los
defensores de la investigación con embriones humanos superan este límite ético negando
la realidad individual del embrión humano a través de diversos eufemismos. Con
éstos se consigue, en el plano teórico, tal ambigüedad que resulte en la
práctica más fácil su uso. En efecto, la justificación para la investigación
con embriones humanos viene precedida de diversos eufemismos, que al ocultar de
un modo u otro la individualidad del embrión humano, asignan al embrión humano
un nuevo estatuto ontológico. A través de la manipulación semántica se llega a
la manipulación ontológica y práctica: la realidad ontológica y biológica del embrión
humano quedan suspendidas en la ambigüedad que implica que el embrión humano ya
no sea un individuo, sino un “preembrión”, un “embrión preimplantatorio”,
“embrión no viable”, en definitiva, una realidad pre-humana que no merece la
protección jurídica dada a los seres humanos, y por ende, se justifica su uso y
muerte, como medio necesario para la curación de enfermedades, esto es, para
supuestos fines terapéuticos. En el fondo, no se le considera al embrión humano
como un alguien, sino como un algo.
Por tanto, el manejo de estos
eufemismos no es tan sólo una manipulación semántica, pues con ellos
principalmente se falsea y enmascara la realidad de lo que el embrión humano
es. De esta manera, el embrión humano, despojado de su individualidad queda en
la mayor de las indefensiones, ya que, lejos de respetarlos como individuos
humanos se les viene a considerar un material del que se puede disponer y, por
ello, rechazarse.
“Redenominada” la entidad (al
sustituirse al embrión-individuo humano por aquellos términos que consideran al
embrión humano como un no individuo) y desaparecida la naturaleza verdadera de
la acción (la muerte y el uso del embrión humano), cambia la naturaleza moral
de ambas (entidad-no humana y acción-terapéutica), y se legitima así su empleo
para una investigación productora y consumidora de seres humanos como material
biomédico.
Así es, el nombre y el uso de
estos eufemismos proceden de un interés práctico ajeno a su realidad
ontológica. El interés práctico en investigación con embriones prevalece frente
a la realidad humana allí presente. Estos intereses van conformando y dirigen
cierta investigación biomédica con los que se promueve, paulatinamente, una
actitud de desestimación de la vida humana incipiente. Desde esta perspectiva,
es lógico que lleguen a considerar que los embriones humanos sean inferiores en
dignidad a los ya nacidos o los adultos. La vida del ser humano deja de ser, de
este modo, límite ético y fundamento para una verdadera investigación ética con
embriones humanos.
Así las cosas, el desarrollo
de la tecnología en el campo de la vida humana se pone al servicio de intereses
ajenos al propio embrión humano, en concreto, al servicio de la satisfacción de
deseos.
Desde esta perspectiva, la
investigación biomédica no puede sino repercutir decisivamente en la
consideración del embrión humano. La vida de éste se reinterpreta en términos
de “utilidad biológica”: la vida de un individuo humano no tiene valor por sí
misma, sino, en cuanto relativa a algo o alguien. Así la vida humana entra en
conflicto como valor ponderable frente a otros valores, especialmente, frente a
la libertad individual entendida de forma absoluta e incondicionada. La vida
del individuo humano no nacido se convierte en un valor cuantificable y
disponible. Desde esta concepción, la elección de los demás valores queda al
arbitrio de la libertad individual que posee carácter absoluto. El acto bueno
se identifica con el acto libre del que brota el deseo y la valoración. La pura
libertad se establece en criterio suficiente de moralidad. Y esto evidentemente
es un error. No se puede identificar libertad individual con acto bueno.
Por otra parte, no hay que
olvidar que la justificación permanente de la investigación con embriones
humanos por sus “logros terapéuticos” persigue la introducción de cambios
legales que faciliten la investigación en esta área. Pero a su vez, estos
cambios legales vienen de algún modo provocados por el papel preponderante que
el científico y su método de análisis ha adquirido en el mundo contemporáneo.
Hay que resaltar que de algún
modo, el método científico de hipótesis y verificación o falsación de hipótesis
se está trasladando a toda la maquinaria social. Este modo de actuar denota
cierta forma de “totalitarismo científico”: las personas, como conjunto social,
se hallan sometidas a la racionalidad científica. Además, esta pretensión de
totalidad engancha con la ideología cientificista, pues implica no reconocer,
por una parte, ningún criterio ético que pueda regular el uso de la ciencia, y
por otra, encumbra a la racionalidad científica como única racionalidad
posible.
En definitiva, la ciencia y
sus posibles aplicaciones ya no están al servicio del bien y la integridad de
las personas bajo criterios de control ético. Sin control ético alguno, la ciencia
y la tecnología se convierten en ideología tecnocrática, cuya pretensión es
impedir el juicio ético público acerca de sus fines y medios.
Muchas gracias Lucía por tu comentario. Pero la frase en la que aparece la ética como controladora de las investigaciones hay que matizarla. En el artículo se está a favor de la investigación, pero no de cualquiera investigación. Justamente para que sea investigación es necesario que ésta sea ética. No se contrapone investigación y ética. Ésta está insertada en aquella. La ética no es una instancia o dimensión externa a la investigación, sino para que ésta sea verdadera investigación o es ética o deja de ser investigación.
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