Recordamos los posibles destinos
para los embriones humanos congelados, “sobrantes” de fecundación in vitro, y estos son:
1. Su utilización por la
propia mujer.
2. La donación con fines
reproductivos. (Adopción).
3. La donación con fines de
investigación.
4. El cese de su conservación
sin otra utilización.
El primer destino es muy
improbable que se dé, o al menos que se produzca de forma masiva. Así también,
examinadas las dificultades en los artículos anteriores que comporta la
adopción prenatal de los embriones humanos congelados, y rechazadas, como
solución a su acumulación en las “clínicas” de fecundación in vitro, una investigación basada en ellos y su congelación
indefinida, se opta en este artículo por el cese de su conservación sin otra
utilización.
Pero antes de entrar en materia
es preciso aclarar que la propuesta aquí elegida para el destino de los
embriones humanos congelados (el cese de su conservación sin otra utilización,
o más exactamente, descongelarlos y “dejarlos morir”) es diferente de aquella
que promueve simplemente su descongelación y destrucción.
Con todo, la propuesta que se
defiende, sin ser óptima, es la “menos mala”
entre las posibles, habida cuenta de lo injusto de la situación de
partida.
Por otra parte, esta propuesta
sólo adquiere pleno sentido si se complementa con que en lo sucesivo se generen
única y exclusivamente aquellos embriones humanos que vayan a ser transferidos.
Cuando se opta por descongelarlos
y “dejarlos morir” no se hace otra cosa que liberar a los embriones de una
situación injusta e impropia de su dignidad de seres humanos (su congelación),
a la que nunca se debería haber llegado.
Para este destino de los embriones
humanos congelados tiene mucha importancia distinguir la acción de “dejar
morir” de la acción de “matar”. “Matar” significa “poner” positivamente un acto
malo, mientras que “dejar morir” supone aceptar que no se puede hacer nada para
salvar la vida.
Es necesaria esta distinción
porque la suspensión de la congelación, en sí misma considerada, no es un acto
que cause directamente la muerte de los embriones humanos, sino que éstos
vuelven a un estado en el que no sufren violencia. Su reanimación (es
imprescindible para que el embrión humano congelado viva después de ser
descongelado) se puede considerar un acto extraordinario, que en algún caso
concreto podría ser aconsejable (por ejemplo, para su adopción), pero por lo
general no lo será. Si se le reanima al embrión humano con un fin no
reproductivo, implicaría introducirle nuevamente en un proceso de
instrumentalización.
Luego, con la descongelación
se les devuelve a los embriones humanos a su estado anterior a la congelación,
y entonces se permite que acaezca su muerte. Por consiguiente, la “causa” de la
muerte no es la descongelación, sino la no-reanimación.
Entonces: ¿se debe reanimar al
embrión humano descongelado?, ¿hay un deber positivo de reanimarlo, o se le
puede dejar morir?
La muerte no le adviene al embrión
humano al dejarle morir tras la descongelación, sino que tiene su origen en un
“proceso de muerte”. Dicho proceso comienza con su producción y denominación de
“excedente”, continúa con la congelación y finaliza con la descongelación. En
efecto, iniciar un proceso semejante es iniciar un proceso que la mayor parte
de las veces conduce a la muerte del embrión humano. En cambio, “dejarlo morir”
consiste en no intervenir en un curso de acciones que ya están en marcha y que
ocasionan la muerte y que, por tanto, no son acciones neutrales, meramente
técnicas, sino acciones moralmente malas.
Éste es el contexto en el que
tiene sentido distinguir la acción de matar y de “dejar morir” a los embriones
humanos congelados. El profesional, que descongela al embrión humano, no pretende
su muerte, sino que lo “deja morir”, esto es, deja de intervenir en un proceso
abocado a la muerte. En todo caso, permite que la naturaleza siga su curso.
Esta acción y la responsabilidad de la persona que la realiza son distintas de
aquélla que ve la descongelación como un medio para posteriormente, en un
proceso de reanimación, obtener un embrión humano del que se puedan extraer sus
células. Por el contrario, el que descongela, al no reanimarlo, no persigue su
muerte directa, sino que lo deja en situación de que muera de muerte natural.
Existe, por tanto, una
diferencia indudable entre iniciar unas acciones que conducirán a la muerte del
embrión humano congelado y permitirle morir no interfiriendo en el curso de
unos acontecimientos que ocasionarán, tarde o temprano, su muerte.
Un embrión humano congelado es
un ser humano que nunca debería haber estado en el lugar en el que está y se
halla en una situación innatural, de “violencia vital”: porque ha sido
violentamente puesto en ella. Entonces, si no se hace nada para mantener dicha
violencia, lo normal será que sobrevenga la muerte, y eso no es matar.
Todavía más, es en el contexto
de la congelación indefinida del embrión humano donde la solución de “dejarlos
morir” adquiere más sentido. La intención directa de la postura de “dejarlos
morir” es la no-permanencia de los embriones humanos en una situación injusta e
impropia a su dignidad, y que, por el contrario, mantenerlos en ese estado sin
opción de futuro es de alguna manera aceptar un proceso que nunca debió
ocurrir. En efecto, con la acción de “dejarlos morir” se persigue terminar con
una situación injusta, indigna e impropia para cualquier ser humano.
La congelación del embrión
humano no le añade a él mismo beneficio alguno, por lo que el mantenimiento
temporal indefinido de la congelación puede ser considerada una “medida
desproporcionada”. Mantenerlo en ese estado sin opción de futuro es continuar y
abonar un proceso que nunca debió haberse comenzado. Por ello, descongelarles y
dejarles morir no es matarles activamente, sino dejar de poner un medio indigno
y desproporcionado, que únicamente alarga artificialmente la fase final de la
vida en situación irreversible.
Efectivamente, la congelación
indefinida, como medida desproporcionada para mantener con vida a esos
embriones humanos, contribuye no tanto a hacer posible la conservación de la
vida, como a un pretender hacer imposible la muerte, y esto no puede
ciertamente proponerse como un deber moral. En este sentido, podría decirse
que, al no existir una forma alternativa proporcionada, la muerte de los
embriones humanos, tras su descongelación, equivale a suspender el uso de unos
medios desproporcionados que mantienen detenida la vida de un embrión humano
vivo “inviable” o “viable”, pero “no-implantable” (puede ser que el embrión
humano congelado esté vivo, pero que no vaya a ser trasferido a la mujer,
porque no haya una pareja para acogerlo), y que, muy probablemente, muera tras
años de congelación.
Por el contrario, prolongar su
congelación, es decir, que los embriones humanos permanezcan en esta situación
injusta de interrupción de su normal curso vital, podíamos denominarla
“obstinación reproductiva”: el aplazamiento deliberado de la muerte, por unos
meses o años, en condiciones no conformes a la dignidad de la vida de cualquier
ser humano.
Se puede concluir por tanto que
“dejar morir” a los embriones humanos congelados, aun siendo una alternativa no
exenta de reparos, pues no hay ninguna éticamente indiscutible, es la salida
más respetuosa con su dignidad en una situación que jamás debió haber ocurrido.
Así, pues, lo que se sostiene es que se descongele a los embriones humanos que
han sido congelados y se les deje morir sin reintroducirlos de nuevo en un
proceso instrumentalizador.
Vale Lucía, puedo estar de acuerdo contigo con el objetivo de que, en un FUTURO, no haya más embriones humanos congelados. Pero la cuestión no es esa, sino ¿qué hacemos con los embriones humanos que EN EL PRESENTE están congelados? Dejarlos morir no va en contra de su vida física, sino que es la solución menos mala y real a los embriones humanos congelados. Lo que tú defiendes es utópico. En la teoría está muy bien, pero en la práctica no se da. La ética no puede quedarse en una declaración de buenas intenciones.
ResponderEliminarCómo me gustaría que en las escuelas, cuando se trata el tema de la reproducción, se tratasen estos puntos. La mayoría de la personas ni siquiera se imaginan que esto esté sucediendo. La Bioética debería ser una materia curricular. Saludos. Gracias por compartir toda esta información.
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