“Ha
muerto” el niño británico Alfie Evans, de 23 meses de edad, que sufría una
enfermedad degenerativa grave e irreversible, tras una dura batalla legal de los padres
contra el hospital inglés Alder Hey. Según los médicos de ese hospital, el
pequeño no iba a sobrevivir más de unos minutos sin respiración artificial. Sin
embargo, ha muerto 6 días después. (Luego, no parece que la respiración artificial, en este caso, fuese una
medida desproporcionada).
Los
padres de Alfie plantearon una batalla judicial en el Reino Unido para
trasladarlo a Italia, donde un hospital mostró su disposición a continuar con
su tratamiento. Incluso el Ministerio de Defensa italiano puso a su disposición
un avión y un equipo médico para el traslado.
Incomprensiblemente,
la justicia británica dio la razón al hospital, denegando la solicitud de los
padres del pequeño para su traslado.
Reflexión y Valoración
Es
verdad que hay muchos niños Alfie en el mundo y, no tan niños, en las mismas
circunstancias. Pero “este caso” ha despertado en la sociedad un debate acerca de
una de las cuestiones sobre las que muy de vez en cuando nos planteamos, pero
que, más tarde o más temprano, nos va a tocar directamente o nos toca en
nuestros seres queridos: ¿cómo debemos morir?, ¿cuáles son los criterios que han de predominar en esas circunstancias? Por eso, estas palabras solo tienen,
sin meternos en problemáticas de índole jurídica o médica, esta pretensión.
Creemos
que asistimos a un caso de eutanasia, por dos motivos: porque no se han intentado nuevas posibilidades de tratamiento y porque el pequeño Alfie no ha
muerto por el transcurso natural de su enfermedad degenerativa grave e irreversible,
sino por asfixia.
En
otras palabras, nos parece, desde un punto de vista bioético, que retirar un
medio vital, como puede ser la ventilación mecánica asistida (respiración artificial), solo sería
éticamente válido, en caso de riesgo inminente de muerte y existencia de
sufrimientos intensos bien contrastados. Sin embargo, en este caso concreto no parece que existiese riesgo inmediato de muerte, porque continuó viviendo.
Tampoco había constancia médica de la existencia de sufrimientos intensos en el pequeño. Por ello,
creemos que retirarle la respiración mecánica se podría calificar como un acto
objetivamente eutanásico.
Además,
¿por qué se hizo caso omiso a la voluntad de unos padres que lo único que
querían para su hijo es que se agotaran todas las alternativas de tratamiento?
Lo
que no se puede admitir es DEJAR que un ser humano muera. La “causa” de la muerte nunca debe ser la falta de oxigenación, sino en todo
caso, el propio curso de la enfermedad.
Hay
que ofrecer los cuidados básicos necesarios para mantener una vida humana hasta
el final con hidratación, analgesia, higiene, alimentación y evitando el
ahogamiento.
No
se debe ni causar la muerte ni retrasarla. Y en este caso se ha causado la
muerte del pequeño por asfixia. El pequeño no ha muerto de muerte natural. No
ha muerto por el propio curso de su enfermedad degenerativa grave e incurable.
ALFIE
DESCANSA EN PAZ
PADRES
OS ACOMPAÑAMOS EN VUESTRA PENA Y SENTIMIENTO
Qué verdad más grande. Ojalá leyeran estas reflexiones muchas personas y sobre todos muchos Gobiernos y muchos Jueces. No son dueños de nuestra vida y a veces actúan como si lo fueran. Un abrazo para esos padres valientes que sólo buscaban una oportunidad para su bebé.
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