Cuelgo esta reflexión ética en mi blog, en estos momentos tan difíciles,
que estamos padeciendo, titulada:
Ante la crisis del Coronavirus: el rostro más humano
Ante la situación de pandemia por
Covid-19 y la inestimable labor que están realizando profesionales sanitarios,
Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, capellanes voluntarios, transportistas, camioneros, trabajadores
del sector de alimentación y de farmacias, personal de limpieza, conductores
del transporte público, agricultores, ganaderos…escribo, como sencillo gesto de
agradecimiento, esta reflexión, dedicada a ellos, valientes “soldados” que estáis
en primera fila, y para todos los que debemos permanecer en casa.
Voy a hablar de dos actitudes básicas
del ser humano, que, en este contexto, son fundamentales: el cuidado y la responsabilidad.
Estas dos actitudes no se dan una sin la otra.
El cuidado es una actitud cotidiana y
permanente que implica acompañamiento y cariño. Tenemos, como sociedad, que interiorizar
urgentemente este mensaje: querer, preocuparnos y valorar a todas las personas,
y especialmente, a los más vulnerables.
El cuidado, como hábito social y
personal, se encuentra en la base de la existencia humana y es una actitud
moral que promueve el compromiso y la solidaridad.
El cuidado del otro y el cuidado del cuidador son un buen
indicador de nuestra “salud humana”, de nosotros y de nuestra sociedad, de tal
manera que esta situación se convierte en una “oportunidad” para humanizarse o
deshumanizarse, para mostrar el rostro más humano de cada uno de nosotros.
En efecto, el cuidado se traduce en
una preocupación y solidaridad con el ser humano débil. En concreto, ante esta
crisis, cuidarnos a nosotros y a los demás significa ejecutar los actos
necesarios para evitar la enfermedad y contagiarla.
La otra actitud es la
responsabilidad. La acción de un ser humano, siempre, repercute en los demás.
De ahí nuestra responsabilidad con nosotros mismos y con los otros. Esta
actitud se traduce en una preocupación por los que necesitan ayuda, poniendo
especialmente atención en los enfermos, en los niños y en nuestros mayores.
Paradójicamente, este desgraciado escenario
es una oportunidad como sociedad de pensar más en el otro, y darnos cuenta que
nuestras acciones repercuten, para bien y para mal, en los demás.
Mucho ánimo a todos (especialmente a
las muchas personas que han perdido a un ser querido y del que ni han podido
despedirse, y que además no pueden recibir un abrazo de condolencia). A pesar
de que vivimos estos momentos tan difíciles, todo saldrá bien. Después de la
tempestad, viene la calma. Seguro que sacaremos algo positivo en el futuro. Pero
ya ahora, podemos darnos cuenta de algo muy importante: el individualismo, o el
yo individual, nos lleva a la oscuridad del egoísmo que nos encierra en
nosotros mismos. Seamos más empáticos con todas las personas. El ser humano no
es un ser aislado; nos necesitamos unos a otros. Somos seres solidarios,
debemos cuidar el bien común, ayudarnos, hacernos cargo de los demás, sobre
todo, de las personas más vulnerables de nuestra sociedad (enfermos, ancianos, “discapacitados”,
niños…). Siempre hay luz al final del túnel. Además, los que tenemos fe,
confiamos siempre en Dios, nuestra vida y todo lo que nos pasa en ella están en
sus manos.
La solidaridad sí que es algo propio
de la naturaleza humana, el camino que nos conduce a la felicidad.
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