La cuestión de la
eutanasia se plantea más como propaganda ideológica que como debate científico
y ético. Dejando a un lado prejuicios y posturas ideológicas, el núcleo de la
cuestión radica en qué hacer con una persona que padece una enfermedad grave e incurable.
La Proposición de
Ley Orgánica de Regulación de la Eutanasia, que se presentó el 24 de enero de
2020, parece no responder a esta realidad. Por eso, quiero exponer una serie de
puntos a tener en cuenta:
1. No existe un derecho a morir. Si
los médicos actuasen poniendo su ciencia médica al servicio de quitar la vida,
su actuación estaría en contra de su compromiso ético-profesional y se rompería
su relación de confianza con el paciente.
La muerte no es un
derecho porque supone la anulación de la vida. Nadie tiene derecho a provocar
la muerte de otro, aunque el “enfermo” lo pida. Y nadie puede tener el derecho
de exigirle a otra persona que cometa una maldad.
2. Lo que existe es el derecho a la
vida. La vida humana tiene valor en sí misma, que la hace innegociable en toda
situación y condición; es un valor intrínseco a la dignidad humana. El valor de
la vida no lo otorga la sociedad, los jueces, los políticos, ni tan siquiera lo
otorga uno a sí mismo, sino que es un valor objetivo, que informa nuestro
ordenamiento jurídico. El valor innegociable de la vida sustenta todo sistema
democrático.
3. La eutanasia introduce la
peligrosa distinción entre sujetos humanos dignos e indignos, pero la dignidad
humana no es destruida por la enfermedad terminal, ni por la dependencia, el sufrimiento
o la debilidad. ¿Acaso las personas enfermas no son dignas?
No se puede
confundir la dignidad humana con la calidad de vida. Si se las identifica, se
corre el riesgo de que cuando la calidad de vida decae, se piense que la vida
pierde su dignidad. Es la dignidad
la que nos impulsa a buscar la mejor calidad de vida posible, y no la calidad
la que nos sirve de metro para establecer la dignidad del sujeto.
4. Los defensores de la eutanasia apuntan
a la autonomía de la voluntad del paciente. Pero el argumento del ficticio
derecho del enfermo a decidir el cómo y el cuándo de la propia muerte tropieza
con un obstáculo insalvable en la práctica. En la medida en que su propia
situación clínica lo incapacita para suicidarse, el titular de ese supuesto
derecho no puede ejercer él solo su autodeterminación, sino que ha de
incorporar necesariamente a su decisión a otras personas. Al tratarse de un
derecho del enfermo que afecta a su misma vida esas personas vendrían obligadas
a respetarlo. Se llegaría así a crear una "obligación de matar",
disparate que no sólo repugna a la libertad, sino también al sentido común.
5. Si se legaliza la eutanasia, supondría
el fracaso de la asistencia sanitaria, pero también de la sociedad que, lejos
de suprimir a los débiles y sufrientes, debería dedicarles los mejores
esfuerzos y recursos disponibles.
6. Los partidarios de la
legalización de la eutanasia aducen razones de humanidad y de compasión. Pero
su legalización no es la solución. Si se quiere de verdad paliar el dolor y los
sufrimientos de los enfermos, habría que aprobar una ley de cuidados
paliativos.
Por lo tanto, frente
a ofrecer la muerte, es decir, la eutanasia, como única solución al sufrimiento
de las personas, deben proponerse unos cuidados paliativos de calidad. Estos
son la única opción ética, acorde con el respeto a la dignidad humana, que
acompañan y atienden todas las necesidades de los enfermos en la última etapa
de su vida.
La medicina
paliativa, ante el sufrimiento del enfermo, procura acompañamiento, cariño, cuidado
y alivio. Elimina el dolor del que sufre; en cambio, la eutanasia elimina al
enfermo que sufre.
Ofrecer la
eutanasia, cuando no está resuelto el acceso universal a los cuidados
paliativos, es una irresponsabilidad, una negligencia y contrario a la justicia
social. En este sentido, lo que sí es indigno es que el ser humano muera con
dolor por no tener acceso a los cuidados paliativos.
Nos tenemos que
preguntar: ¿queremos una sociedad capaz de cuidar a otros seres humanos
limitados físicamente, o queremos otorgar un derecho a alguien que no lo puede
ejercer por sí mismo?, ¿Qué
valores transmitimos a nuestros hijos si les trasladamos que los enfermos o las
personas con discapacidad no merecen la máxima protección de la sociedad?
Toda persona merece
reconocimiento humano, comprensión y acompañamiento. Por el contrario, si el
enfermo siente que está solo, que es un estorbo o una carga para su familia, se
crea el caldo de cultivo propicio para solicitar la eutanasia.
Por consiguiente, la
respuesta más adecuada pasa por aprobar una ley nacional e integral de cuidados
paliativos, dotándola con más medios que garanticen su acceso universal y no por
legalizar la eutanasia.
Gracias Roberto. Yo estoy muy preocupado por este proyecto de ley y me consterna la falta de conciencia en gran parte de la sociedad de la gravedad del asunto. Que el Señor nos proteja.
ResponderEliminarMuchas gracias Roberto por estas reflexiones.
ResponderEliminar¡Muy buen artículo!
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