No cabe duda de que la
sociedad actual está imbuida por la prioridad de la libertad individual, lo que
condiciona que la bandera de dicha libertad se esgrima como objetivo
fundamental en cualquier debate.
De ahí que hablar de los
límites de la libertad sea un tema paradójico y extraño. Gran parte de esta extrañeza
radica en comprender, justamente, la libertad desde un punto de vista
exclusivamente individualista. Dicho claramente, si se parte de una concepción
de libertad individualista y solipsista, esto es, cerrada en sí misma, ésta se
erige en fuente del derecho y, en consecuencia, los deseos individuales son
creadores de derechos. Este modo de entender la libertad la reduciría a un
simple choice (capacidad de elegir
entre varias opciones).
Además, los límites sociales
y morales de la libertad, cuya existencia no se pueden negar, permiten, entre
otras cosas, que el ser humano se relacione con los demás y que pueda
comprenderse a sí mismo. Son condiciones de posibilidad para la acción. Sin
ningún límite no podríamos actuar. Vienen a ser como los márgenes de una
carretera, que, por un lado, reducen las posibilidades de nuestra conducción,
pero por otro, habilitan para que ésta sea segura y, al mismo tiempo, nos
indican cuál es el camino más viable.
Hace unos 300 años, el
filósofo inglés John Locke escribió lo siguiente: “Donde no hay ley no hay libertad. Pues la libertad ha de ser el estar
libre de las restricciones y la violencia de otros, lo cual no puede existir si
no hay ley; y no es, como se nos dice, ‘una libertad para que todo hombre haga
lo que quiera’. Pues ¿quién pudiera estar libre al estar dominado por los
caprichos de todos los demás?”.
Así también, solo es
posible el progreso científico, si hay límites, no en el sentido de freno o
retroceso, sino los límites necesarios que sirvan de cauce a la libertad humana
y posibiliten la mejora del ser humano y de la humanidad.
La mejora del ser humano
que nos rodea es un buen termómetro para medir nuestra libertad. En
efecto, la libertad sólo es totalmente libre y humana si se traduce en el
compromiso individual para hacer el bien.
Por lo tanto, es un error
pensar que existe una libertad individualista todopoderosa y egocéntrica fuera
de cualquier límite racional. No es un absoluto. Uno no puede
querer la libertad sólo para sí mismo, puesto que no hay ser humano sin los
demás. La libertad de cada uno (para que sea tal y se la pueda denominar así) ha de estar siempre conectada a la responsabilidad
por todos aquellos que nos rodean, por la humanidad entera y, sobre todo, por
los más débiles y vulnerables.
Me gusta, sobre todo la reflexión final.. besos
ResponderEliminares un artículo bueno
ResponderEliminar