La
cultura moral contemporánea se caracteriza, entre otras cosas, por la ausencia
de un acuerdo sobre qué sean el "bien" y el "mal", que
arranca de la convicción sobre la imposibilidad de dar una justificación
racional de la moralidad objetiva, a esta manera de pensar se le denomina
emotivismo ético, es decir, una moral del sentimiento subjetivo o subjetivismo
del sentimiento. Frente a este emotivismo ético, es necesario sostener el
carácter racional y objetivo de la moralidad del obrar humano.
Por
ello, es imprescindible que los padres eduquen a sus hijos en el crecimiento de
la inteligencia (incluye la afectividad) y en el fortalecimiento de la voluntad. El desarrollo de estas dos facultades radica, por excelencia, en crecer en las virtudes (cualidades
buenas, firmes y estables de la persona), que, al perfeccionarlas, la disponen
a conocer mejor la verdad y el bien y a realizar, cada vez con más libertad y
gozo, acciones excelentes, para alcanzar la plenitud humana. De esta forma
tendrán una amplitud de miras en su entendimiento (magnanimidad) y pondrán el
corazón en lo que hacen -amar el bien- superando el simple emotivismo.
Hay
que entender que la educación de la libertad no consiste en anular o suprimir
las pasiones y los sentimientos, sino en racionalizarlos y encauzarlos, por
medio de las virtudes, para que contribuyan a conseguir el fin que la razón
señala. Las pasiones así ordenadas contribuyen a la lucidez de la mente y al
buen comportamiento moral.
En
esta línea, el testimonio de los padres en la convivencia familiar para la
educación de los hijos, concretamente, en virtudes, es fundamental. No hay que
olvidar que los padres son los primeros responsables de la educación de sus
hijos, es decir, la familia es el primer ambiente natural y necesario para este
propósito, de ahí que el hogar familiar sea el lugar apropiado para la
educación de las virtudes.
En
el ámbito familiar el hijo se da cuenta que el ser humano vale más por lo que
es que por lo que tiene. En la tarea educativa los padres han de enseñar a los
hijos a tener por mejor las realidades interiores y espirituales que las
materiales.
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