Los
expertos hablan principalmente de dos paradigmas de familia erróneos: el
hiperprotector y el “democrático-permisivo”. En el primero, los padres
reemplazan a los hijos, absolviendo a los hijos de toda responsabilidad en el
que los padres se ponen en el lugar de los hijos, para compensar su supuesta
fragilidad. En el segundo, los padres e hijos son amigos y, en consecuencia,
desaparece la autoridad.
Ambos
“modelos” tienen en común la absoluta falta de deberes de los hijos; de una u
otra manera, los padres responden siempre afirmativamente a las peticiones de
los hijos. Esta tendencia a darlo todo incondicionalmente sin recibir nada a
cambio impide el desarrollo del sentido de la realidad y de la capacidad de
soportar cualquier clase de frustración. Con la intención de no hacer sufrir a
los hijos, sometiéndolos a los pequeños fracasos y a las dificultades típicas
de la juventud, estos padres crían a unos individuos incapaces de resolver
ninguna situación problemática.
Por
otra parte, la obediencia no debe ser un acatamiento ciego sino basada en la
responsabilidad. Desgraciadamente, la conciencia de las propias acciones y la
evidente incapacidad de los padres de ponerles coto no sólo provocan el
incremento de las acciones desviadas, sino también la descalificación de los
padres, a quienes los hijos consideran incapaces.
A
los niños, esta situación carente de normas y límites les parece, en un primer
momento, muy agradable, al estar así autorizados a hacer lo que quieran, pero
cuando por la fuerza de las cosas se encuentran en situaciones en las que han
de hacer frente a un problema, resulta disfuncional. Por lo tanto, los niños/as
también deben aprender a respetar estas normas y límites. De ahí, la necesidad
de tenerlas que permitan a los hijos experimentar su autonomía y autocontrol.
En
concreto, las normas han de ser reales, claras, concretas, con consecuencias si
no se cumplen, constantes y coherentes. Así las normas son necesarias para que
la organización familiar funcione, eso sí, siempre dichas y hechas con afecto,
cariño y cercanía, es decir, con amor.
Por
su parte, los límites permiten al niño saber lo que está permitido y lo que
está prohibido. A través de los límites fomentamos que el niño se sienta seguro
a la hora de enfrentarse al mundo y a diferentes conflictos.
Estoy totalmente de acuerdo. Le extrema libertad y la extrema autoridad no conducen a buem fin.el dialogo sincero y la confianza son dos valores esenciales en la educacion.
ResponderEliminarLa educación de los hijos yo la tengo comparada a una carretera recta y larga. Ellos siempre han de ir por dentro sin salirse de los límites, los cuales intentarán traspasar en numerosas ocasiones y, ahí está la labor de educación de los padres. No permitirles nunca sobrepasar dichos límites, con cariño y mucha paciencia. Es una labor muy complicada que, si se consigue llevar a cabo, tiene una gran compensación. Finalmente, cuando los hijos llegan a la edad adulta, agradecen ser personas de provecho para la Sociedad y es entonces cuando se puede pasar del rol de padre/madre al de amigos.
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